Fecha: 25 septiembre, 2020 Por: Claudia Carrillo Comentarios: 0

Ya sea que se use como ungüento, para endulzar bebidas o para refinar comidas, el consumo de miel es considerado tan delicioso como saludable en todo el planeta. Estás pequeñas criaturas vuelan en conjunto un estimado de más 125 mil kilómetros (cerca de tres vueltas alrededor del mundo) y visitan cinco millones de flores para producir un solo kilogramo de miel.

Es de esta manera que los apicultores alrededor del mundo cosechan 1.3 millones de toneladas de miel al año, en un mercado sumamente susceptible valorado en casi 20 mil millones de dólares estadounidenses. Todo esto desde su humilde rincón en la producción global de alimentos y sin mencionar su papel en la industria de los remedios naturales.

Pero sin importar en que continente se encuentren, en los últimos años podemos ver cómo se han incrementado las amenazas que se ciernen sobre las abejas y otros insectos benéficos. Como resultado, el negocio de la “apicultura polinizadora” está en pleno apogeo: colonias enteras de abejas son contratadas por quienes siembran frutas y flores, para que sean transportadas entre los campos de cultivo.

Es precisamente para ayudar a identificar con rapidez los riesgos emergentes en la salud de sus colmenas, antes de que sea demasiado tarde, que en España (mediante un convenio de colaboración entre el grupo alemán T-Systems y la Universidad Politécnica de Cartagena) se ha empezado a instalar colmenas monitorizadas en distintas ciudades para descubrir por qué desaparecen tantas abejas y cómo afectan los factores medioambientales a la producción de miel.

El bienestar de las abejas llega a la nube

Las colmenas inteligentes se encuentran ahora por toda Europa y están provistas de sistemas que registran los sonidos, el peso, la humedad y los cambios de temperatura dentro de la colmena. Esto lo logran haciendo el uso de balanzas, micrófonos y sensores para monitorear la salud, y la actividad de las abejas a lo largo del día, analizando el bienestar general de la colmena.

Estos datos son recolectados y luego almacenados en la nube. El sistema está diseñado para detectar patrones o anomalías recurrentes de forma automática. Además, cuenta con baterías recargables (con una expectativa de vida de dos años) que garantizan una gran eficiencia energética y hacen que los datos sean accesibles para los apicultores desde cualquier lugar con conexión a Internet, por medio de un dispositivo inteligente o tablet.

Al mismo tiempo, la Universidad de Cartagena está diseñando un sensor que mide la carga electroestática acumulada por las abejas en vuelo y unas etiquetas RFID para conocer la trazabilidad de los insectos. “Correlacionando estos datos, un apicultor sabrá si su colmena tiene problemas con la reina, si está a punto de escindirse, si las abejas tienen estrés, cuál es su ciclo vital o qué viajes hacen en un día”, anticipa Eduard Contijoch, ingeniero de T-Systems.

Necesitamos incrementar el nivel tecnológico en el sector primario y este dispositivo es muy positivo para nosotros, esperemos que las colmenas inteligentes estén en el mercado pronto y a un precio asequible,” afirma Urbano González, presidente de la Asociación Española de Apicultura, que pide democratizar el desarrollo para hacerlo accesible a los casi 24.000 apicultores registrados en España.

Valencia: la ciudad amiga de las abejas

Un aspecto importante del estudio es la comparación de métricas entre colmenas rurales y colmenas urbanas. Valencia participa en el proyecto como pionera de la apicultura en ciudad, menos frecuente pero muy productiva. “Cuando el peso de la colmena aumenta significa que hay más abejas y más miel, y aquí tenemos un peso alto, con unas 50.000 abejas activas, porque el clima es propicio y la floración se solapa todo el año”, resume el apicultor Vicente Pradas.

En Valencia, hay casi 10.000 colonias que han emergido entre los autos abandonados, los faroles de las calles, los cementerios y los parques. Las abejas se han establecido en los arcos de antiguos edificios y alrededor de las fuentes ornamentales, básicamente cerca de las fuentes de agua y lejos de los químicos utilizados por la industria de los cítricos.

Al contrario que Nueva York, Londres o París, las metrópolis españolas solo pueden alojar colmenas dedicadas a la investigación. Valencia ya lo hace con una población de dos millones de insectos, pero quiere más. Su inesperada llegada fue resultado directo del gran descenso en la población de las abejas alrededor de Europa y el continente americano, amenazando a una tercera parte de todos los alimentos consumidos por los humanos.

La concejalía de Ecología Urbana, con el vicealcalde Sergi Campillo al frente, estudia desarrollar una ordenanza propia que permita fomentar la apicultura urbana “regulando las condiciones de instalación de colmenas, su mantenimiento y el régimen jurídico de su funcionamiento”. Para ello elevará un informe a la Generalitat Valenciana en el que se destaca que las abejas de ciudad encuentran alimento todo el año en jardines, balcones y alcorques.

Las abejas españolas (a pesar de no estar en peligro de extinción) han sido tan susceptibles, como sus contrapartes en otros países, al temible ácaro varroa, la depredación de las avispas asiáticas y el incremento de las temperaturas, producido por el calentamiento global. “Son nuestras principales polinizadoras. Tenemos que apoyarlas porque hay un declive de la población de abejas melíferas a escala mundial”, explica el vicealcalde.

Es como un monitor de bebés pero para abejas

¿Una colmena no está subiendo de peso? ¿Han disminuido significativamente el número de abejas que se encuentran volando? ¿Se está incrementando la temperatura de la colmena a niveles peligrosos para las larvas recién nacidas? Las colmenas inteligentes, usan análisis predictivo para reaccionar ante eventos indeseados de una forma oportuna y precisa, muy parecido a un monitor de bebés pero pensando en las abejas.

El hecho de que los apicultores sean alertados de esta forma ante cualquier indicador de una enfermedad en sus colonias con mucha antelación, les permite tomar acciones anticipadas con el objetivo de prevenir la pérdida potencial de una colonia entera. “Algunos apicultores me hablan del misterio de la desaparición de sus abejas, dicen que salen de las colmenas y nunca vuelven, como si se las llevaran los extraterrestres”, explica Patricia Combarros, veterinaria especializada en apicultura.

Una desaparición a la que muchos apicultores responsabilizan, entre otras razones, al uso por parte de la industria agrícola de los pesticidas neonicotinoides (prohibidos recientemente en la Unión Europea). ¿Cómo pueden ayudar las colmenas inteligentes a combatir estos decesos? Los apicultores consultados creen que ayudará de manera indirecta con un aumento en la producción de miel, pues una colmena sana es una colmena productiva.

La pandemia del mundo apícola

El ácaro varroa llegó a España en 1985 y su expansión fue tan devastadora, que arrasó con casi todas las colonias autóctonas del país. “Yo nací cerca de las pinturas rupestres de las cuevas de la Araña, uno de los primeros vestigios de la recolección de miel por parte de los humanos, y en esa zona siempre había enjambres metidos entre las rocas. Cuando iba con mi abuelo siempre veía las abejas. Hasta que llegó la varroa y desapareció todo”, recuerda Vicente Pradas.

La abeja vivía sola en la naturaleza sin recolectores. Pero le ocurrió lo mismo que a nosotros con la covid-19: entró la varroa de Asia y tuvo que adaptarse a una nueva normalidad, adquirió nuevos hábitos. Desde entonces es incapaz de superar la enfermedad por sus propios medios”, afirma el apicultor.

¿Subsistirían las abejas de no ser explotadas económicamente? “Imposible, el apicultor y la abeja forman una simbiosis, no pueden vivir el uno sin el otro”, opina Pradas. Redunda en esa opinión Patricia Combarros, aunque añade un punto de autocrítica: “A veces creemos que la apicultura es la salvadora del mundo y en realidad hay muchos polinizadores silvestres que ya viven sin nosotros, de hecho los desplazamos de su entorno dificultando su viabilidad. Es cierto que la abeja tiene hoy más amenazas que nunca, pero es en parte consecuencia de sobreexplotar determinadas zonas, juntar mucha carga apícola en un mismo sitio y favorecer la transmisión de enfermedades. Si las abejas estuvieran aisladas no sufrirían tanta varroa. Ahora bien, sin nosotros es complicado que salgan adelante. De modo que somos a la vez el problema y su solución.”

Fuente: Revista Retina